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Libros de quimica para quimicos, este es un enlace a una pagina amiga que considero debes de visitar para que no des muchas vueltas por el ciber. espero te sirva



Sin Banderas (por R. C.)


Este fin de semana he sido víctima de una cruel encrucijada emocional que me sirve de excelente pretexto para cocinar un nuevo ‘post’: la ex novia de un amigo [corrección: la bonita ex novia de un buen amigo] se me insinuó.
Acababa de aterrizar en un bar de Miraflores, me había refugiado a un lado de la barra y estaba dando cuenta de la primera cerveza de la noche. Si no recuerdo mal, eran casi las 2 de la mañana. Esperaba encontrarme con alguien conocido, pero después de 30 minutos sin resultados intuí que no tendría suerte y opté por pedir la última cerveza antes de irme a dormir. Fue justo en ese instante que sentí un dedo delicado martillando repetidas veces mi hombro. Giré la cabeza y ahí estaba ella (digámosle ‘S’), descaradamente guapa, mostrándome su sonrisa más espontánea y diciendo mi nombre con un tono en el que se podía percibir una importante dosis de entusiasmo. “Hey, Renato, a los años, cómo estás”.
Antes de que pudiera siquiera responderle, ella ya me estaba dando un beso ligeramente pronunciado en la mejilla. Fue un beso de dos segundos (una duración inusual para un inocente beso de saludo). Pero, bueno, no me lo tomé a mal, total -–pensé–- los reencuentros suelen venir acompañados de ese tipo de manifestaciones excesivas.
A ‘S’ no la veía hace, por lo menos, un año. La última vez había sido en una reunión, a la que yo fui, precisamente, con su ex enamorado, mi amigo, a quien hacía muy poquito ella había terminado después de dos años y medio juntos. En aquella ocasión mi amigo (digámosle ‘M’) estaba deprimido, muy dolido, y apenas la vio entrar tembló de la impresión y me dijo en voz baja una frase que no he podido olvidar: “la cagada, vino la perra”. Para mí estaba claro que ‘S’ no era ninguna ‘perra’, pero mi amigo estaba en todo su derecho de reaccionar con dureza: cuando uno tiene el corazón hecho un anticucho de la pena dice estupideces y en lo que menos piensa es en usar los adjetivos correctos.
Pero ese episodio había ocurrido, como dije, hace un año. Ahora ya no estábamos en ninguna reunión, sino en un aglutinado bar de Miraflores tomando unas cervezas y actualizando nuestras historias. Y, lo más importante, ya no estaba mi amigo (que andaba en el Norte por un viaje de trabajo), sino solamente los dos.
Confieso que ‘S’ siempre me había llamado la atención. Además de linda, era una chica muy divertida y normalmente coincidíamos cuando hablábamos de discos, libros y películas. Por si fuera poco, tenía (tiene) un cuerpo al que no se me ocurre calificar de otra manera que no sea ‘brutal’. Mientras fue novia de ‘M’, yo nunca la miré con intenciones inapropiadas; o, para ser franco, me escudaba en ese falso refrán que dice “la mujer de mi amigo es hombre”, y trataba de verla sin afán ni morbo. Pero de que me gustaba, me gustaba.
Por eso cuando la encontré en el bar, en vez de alegrarme, palidecí, porque tuve la inconfundible sospecha de estar metiéndome en un aprieto. Varios minutos después, cuando me percaté de su proximidad, de sus giros coquetos y de su despachada buena onda conmigo, algo en mi cabeza se retorció. “Es la ex novia de mi amigo, es la ex novia de mi amigo”, me repetí en silencio, y para superar el escalofrío, le pedí al barman otra cerveza.
Es increíble cómo a veces sabemos que estamos entrando en un hoyo negro, sabemos que si damos un paso más podemos desencadenar una serie de hechos inmanejables, y aunque tenemos hasta el último minuto la posibilidad de dar marcha atrás, aunque depende solo de nosotros que esa mecha no se encienda, por algún motivo decidimos dejarnos llevar por el vértigo de la situación, asumir el riesgo, violentar el área restringida, olvidarnos de las consecuencias por muy fatales que puedan ser, y avanzar firmes por ese sinuoso y excitante camino de sombras.
“Me encantas, siempre me has encantado”, me dijo de pronto ‘S’, acercándose todavía más y debilitando el invisible campo magnético que yo había levantado a mi alrededor para no caer en la tentación. Mi sabia y madura respuesta a sus inapelables palabras fue: “Un toque, voy al baño”.
Pensé en huir del bar, pero en realidad sí me urgía ir al baño y, además, no había pagado la cuenta y no quería endosársela tan conchudamente. Una vez en el baño, mirándome al espejo como Edward Norton en La Hora 25 o como Robert de Niro en Taxi Driver, empecé a interpelarme y a interpretar, alternadamente, al ángel y al demonio que conviven en mi pellejo.
–“¿Pero qué estás pensando hacer, huevas? Vas a cagarla todita solo por un agarre. Piensa en ‘M’, tu pata, tu chochera”, me reté, haciendo gala de mi persuasivo discurso samaritano.
–“Un momentito, compadre. ¿Acaso tú estás propiciando todo esto? ¡Es ella la que te quiere dar vuelta! Así que déjate de mariconadas, lávate la cara y aprovecha, brother, que ya son las 3 de la mañana y si no actúas rápido hoy regresas invicto a tu jato”, argumentó, sólidamente, el Renato en versión demonio.
–“Pero, ¿y la lealtad? ¿No se suponía que con las ex de tus amigos no debes meterte, que son mujeres prohibidas? ¿Vas a poner en riesgo una amistad de años por un lenguetazo de diez minutos?”, contraatacó mi YO angelical, pundonoroso, dispuesto a dar batalla.
–“¿Lealtad? ¡Lealtad las pelotas! Las personas no son propiedad de nadie. ¿O le has visto a la flaca un cartelito que diga ‘Soy la ex de ‘M’, así que no me mires’? ¿No, verdad? ¿Acaso ‘M’ no se revolcó una vez con la ex de su jefe? De qué lealtad me estás hablando. Una vez que las relaciones concluyen, las dos personas vuelven a ser completamente libres”, pregonó, acertadísimo, el diablo que me habita.
–“No puede ser. O sea que tu arrechura puede más que tu sentido común. Anda, pues, agárratela, pero mañana no vayas a levantarte diciendo: ¡qué carajo hice! Vas a tener que bañarte cien veces con jabón de pepa para quitarte toda la culpa de encima”, me alarmó mi lado bueno.
–“Deja tus monsergas calzonudas de lado y date cuenta de que en esta vida, en cuestión de sexo, nadie, absolutamente nadie tiene bandera. Tienes una oportunidad con una chica linda, tómala”, pontificó mi demonio, afilando su trinche.
Luego de tan intenso combate, salí del baño sin saber qué hacer. Pensé en neutralizar mis deseos de besar a ‘S’, reprimiendo mis hormonas y haciendo acopio de toditas mis fuerzas mentales, pero cuando llegué a la barra, ella ya se había quitado la casaca y exhibía impúdicamente un escote muy poco colaborador.
“¿En serio te encanto?”, le pregunté, imprudente, ya resignado a sufrir los estragos de la montaña rusa de cinco loops en la que me estaba subiendo.
Ella me sonrió y se puso a dos milímetros de mi rostro. Sentí unos irrefrenables deseos de apretarla contra mí y besarla. Percibí su aliento, la vi cerrar los ojos y entreabrir los labios.
Prometo contar el desenlace en un comentario. Por ahora, díganme: ¿Qué hubieran hecho en mi lugar? ¿Ustedes tienen bandera?

posted by el profe @ 11:03, ,




Conociendo a tu futuro Suegro


Pocas circunstancias producen tanta sudoración y tensión nerviosa como el decisivo momento en que una chica te presenta oficialmente a su papá. No importa si eres adolescente o adulto, tímido o apantallador, experto o primerizo. Da igual: a todos se nos estruja el estómago y sentimos el vacío en las tripas cuando, en medio de la sala, oímos el eco de las pisadas y los carraspeos que anuncian la inminente presencia del hombre que podría llegar a ser tu suegro.


A diferencia del encuentro con la mamá, que –-por novelera y celestina-– suele ser amable y cómplice, el careo con el papá está revestido de un épico aire de desafío del Oeste. Cual si fuera un vaquero o un alguacil desconfiado, el papá se para delante de ti y durante inacabables segundos se dedica a escrutarte puntillosamente de la cabeza a los pies. Luego te aprieta la mano con excesiva firmeza (acaso temiendo que esa misma mano haya inspeccionado ya las honduras corporales de su hija) y, finalmente –-con una gracilidad que disimula sus verdaderos propósitos-– te somete a un cuestionario que en nada se diferencia de los vulgares test de comisaría: nombre y apellidos completos, lugar de trabajo y residencia, estudios realizados, nombre y ocupación de los padres. Más que en una entrevista profesional, uno llega a sentirse como en un proceso de control de calidad, como si fueses un pedazo de res, un corte de chancho o un embutido que solo recibirá su sello de garantía si cumple con los mínimos estándares de higiene.
A ese perfil responden los papás duros, celosos, a menudo militares, que sienten que el enamorado de sus hijas, antes que un hijo más, es un enemigo en potencia. Si vieron a Robert de Niro en 'Meet the Parents' saben a qué me refiero.
Sin embargo, otra será tu suerte si te topas con el otro clásico ejemplar: el papá patero. Ese con el cual hay una química inmediata y con el que, increíblemente, sobran las coincidencias: los dos son hinchas del mismo equipo, los dos odian a los políticos, los dos eligen una cerveza cuando llegan a un restaurante, los dos son ligeramente comodones, machistas y no entienden por qué las mujeres se demoran tanto arreglándose en el baño. A diferencia del papá–ogro, este papá descubre en el enamorado al hijo que nunca tuvo y, por esa natural afinidad, puede llegar a convertirse en un involuntario obstáculo para su propia hija. No es rara la siguiente escena: tú y tu chica están saliendo rumbo al cine para una función que comenzará en cinco minutos. Están claramente apurados. Pero justo en el instante de despedirse, al papá –-que no ha captado la urgencia del contratiempo-– se le da por iniciar una conversación que promete debate. “Oye, ¿y viste el gol de Messí el otro día? El chibolo lo cagó a Maradona” o “Tú que andas metido en esto del periodismo, qué opinas del TLC ah…esa vaina sale o no sale” o “¿Has probado las empanadas del Mavery? Dime si no son espectaculares”. Solo un destemplado grito de tu novia (“Ya pues, papáaaaa, ¡vamos a llegar tarde por tu culpa!”) podrá desbaratar esa cháchara acalorada.
Yo no puedo quejarme. Los dos ‘suegros’ que he tenido han sido absolutamente querendones. Manuel y Fico. Manuel era un señor voluminoso, casi calvo, discreto y permisivo. Siempre usaba camisas blancas de manga corta, manejaba un escarabajo y los domingos le gustaba pasearse descalzo y en boxers por el departamento. A veces me invitaba unos whiskies y me contaba pasajes de su juventud jaranista en las peñas de La Victoria. Era un tipazo.
Fico, por otro lado, era un conversador dicharachero. Le encantaba hablar de futbol, del transporte, de comida y podía pasarse madrugadas enteras jugando Risk o dominó. Era un antiguo, como yo. Y quizá porque vivía con su esposa, sus dos hijas y una perra (la indómita Tequila), creo que encontró en mí al partner masculino que le hacía falta.
Ahora que pienso en ellos, reconozco que he tenido mucha suerte. Es raro como –al romperse una relación– uno debe acostumbrarse a la idea de no ver más a los actores secundarios de esa película que ya terminó: los papás, las mamás, los hermanos y hermanas, los abuelos, los primos, los tíos, las mascotas. Todos fueron parte de la escenografía de tu vida por unos buenos años. Lograron ser, casi casi, como una (sagrada) familia paralela. Sin embargo, de un momento al otro, por motivos que les son ajenos, debiste salir expectorado de sus vidas (y debiste expectorarlos de la tuya).
Lo admito: hay días en que extraño mucho a esos papás. Y me consuela la vanidosa intuición de que –-a diferencia de sus hijas-– ellos no encontrarán un mejor reemplazo para mí.

posted by el profe @ 10:48, ,




Un marido como muchas lo desean (enviado por Lore)


Un grupo de hombres se encuentrahaciendo su rutina en el gimnasio cuando suena un celular:Alo?..amor?... no se oye bien!..ahora si dime, que quieres estoy en pleno ejercicio.
Mujer: Mira mi vida es que estoyaquì en una vitrina y venden un sùper abrigo de visónque me encantó... lo puedo comprar?... recuerda quetengo tus tajetas de crédito,dime lo compro?...cuesta $2.500.000.
Hombre: Está bien cariño cómpralo...Mujer: Oye y ya quiero cambiar el auto... hay rebajas en la BMW...les queda el ùltimo y vale solo $80.000.000 y me loentregan con todos los extra, me lo regalas?Hombre: Si mi amor cómpralo y ve con cuidado.
La mujer que oye lo complaciente que està el marido le dice:Oye papi una ùltima cosa... mamà desea venir a estar un mes con nosotros, que le digo?Hombre: Dile que si..y por favor mi vida ya no me pidas mas ok?Chao mi amor .
Chao mi vida.
El tipo cuelga y se voltea lentamente al grupo diciendo: 'Alguien sabe... de quien es este celular!?'

posted by el profe @ 10:38, ,




Amores locos (por Lore)



Luego de una larga noche haciendo el amor, él nota la foto de otro hombre en la mesa de noche de ella. Comienza a preocuparle.


"¿Es tu marido?" pregunta nervioso.
“No, tonto,“responde ella, acurrucándose a él.


"¿Tu novio, entonces?" continúa él. "No, para nada," dice ella, mordisqueándole la oreja.



"¿Es tu papá o tu hermano?" pregunta, esperando ser conformado. "No, no, no! Me pones tan ardiente cuando estás celoso!" responde ella.



"Bueno, ¿quién carajo es, entonces?" demanda él. "Soy yo... antes de la cirugía."

posted by el profe @ 10:32, ,




La Sagrada Familia (Renato Cisneros)

Dejémonos de hipocresías. Si quieres ser completamente feliz con tu novia, ella tiene que caerle en gracia a tu mamá. Así de sencillo. Si tu madre no la aprueba, si no le extiende su venia ni le levanta el pulgar, tu vida –recuérdalo-- será una pesadilla patrocinada por Kafka. Si tu chica no es bienvenida, tendrás que acostumbrarte a no llevarla a las reuniones familiares y, ergo, a tomar distancia de tu casa.
Tu madre, desde luego, sancionará ese distanciamiento y te amonestará con días de mortal indiferencia y olímpico silencio. Como parte de su estrategia de persuasión, dejará de prepararte esos ravioles de espinaca que tanto te fascinan, se olvidará de ordenar tu siempre revuelto dormitorio, y suspenderá esos laxantes masajes domingueros con que te solía engreír. Para decirlo más crudamente: si tu mamá no acepta a tu novia, tendrás que tender tu cama, hacerte el desayuno, limpiar tus enseres y –horror-- lavar kilos de medias y calzoncillos. Para los flojos comodones como yo, todo ese combo de labores caseras equivale a ser sometido a intensas jornadas de trabajos forzados en la cárcel. Antes que lavar calzoncillos y cocinar preferiría hacerle frente, una a una, a las diez plagas de Egipto.
Para agudizar la catástrofe, no encontrarás a nadie que medie por ti en esa brega. Los papás, por ejemplo, no se meten en esas cosas. Conscientes de que ellos también pasaron por un trance similar, te dan libre albedrío y carta abierta para que elijas a la chica que te gusta, y punto. Pero de ahí a darse el trabajo de negociar, dialogar y tratar de convencer a tu mamá de que dé su brazo a torcer, imposible. Los papás --acaso porque saben que podrían perder valiosas gollerías domésticas poniéndose de tu lado-- jamás asumen un papel pacificador o abogadil.
Una mamá que censura a tu novia siempre dirá cosas como “Hijito, esa chica no es para ti”, “Ella no está a tu nivel”, “Una madre nunca se equivoca” o “Yo te aconsejo para tu bien”. Y si no es suficiente, recurrirá a dramáticas sentencias como “Esa mocosa te está cambiando” o “Ya ni con tus amigos sales”. Una mamá incluso puede llegar a ser tan sabia y chantajista como para ponerse en plan de esposa abandonada y gritarte un sábado por la noche: “Claro, vas a gastarte tu plata con ella, pero a mí nunca me sacas. Ni un Sublime me regalas”. Uno escucha esas frases puñaleras y siente que la vida lo ha puesto en medio de una fragorosa batalla perdida, pues por otro lado tu novia te reprenderá acusándote de bebón y calzonudo: “Ya corta el cordón umbilical, por Dios!!!”, “¿Hasta cuándo vas a dejar que tu vieja te mangonee???”. Tú las oirás a las dos, pero querrás secretamente que la tierra se las trague por un buen rato, y te odiarás por no saber ser el árbitro justiciero que le ponga fin a ese combate disparejo.
Sin embargo, a pesar de esas tensiones dramáticas, creo honestamente que las cosas deberían ser exactamente así. Está bien que las dos mujeres de tu vida se disputen, sana y deportivamente, tu tiempo y tu cariño. Es lo natural. Sería ideal, por supuesto, que se tolerasen con mínima armonía, pero si no puedes conseguirlo hay que aprender a ver el lado divertido de esa la lidia celosa, ese torneo de egos femeninos, esa pulseada.
Mucho, pero mucho más peligroso es el amiguismo. Si tu chica y tu madre se llevan excesivamente bien y se caen de maravilla, preocúpate. Preocúpate y persígnate, porque ese será el inocente principio de una impensada cadena de desgracias: en lugar de tener a dos fierecillas enfrentadas una a otra, tendrás a dos monstruos mitológicos conspirando contra ti. Será como tener a dos agentes de la CÍA metidos en tu círculo íntimo. Espiándote. Chuponeándote. Tu chica dejará de decirle ‘señora’ a tu mamá y empezará a llamarla ‘tía’. Se telefonerán a diario, inventarán contraseñas, canjearán chismes sobre ti: tu mamá le contará que todavía usas tu pijama de Meteoro, y tu chica le informará que tienes unos lunares presumiblemente cancerígenos en ciertas áreas restringidas de tu cuerpo. Serán, pues, cómplices, socias, uña y mugre, insoportablemente mellizas. Y cuando eso ocurra que no te extrañe si una tarde regresas a tu casa y las encuentras a las dos riéndose en la cocina como comadrejas mientras preparan sushi.
-“Ay, hijito, yo la invité a la Patty. Me olvidé de avisarte. No te molesta ¿no?”, dirá tu mamá, irrigándose, con calculado candor, la autoría de tan infartante escena.
-“Ven, amor, ayúdanos”, sugerirá tu chica, mimetizada hasta el cuello con la escenografía de tu casa. “Ven, prueba”, añadirá, chupándose un dedo, justo antes de que el almuerzo se te empiece a avinagrar en el estómago.
Esa sociedad mamá-novia debe ser desmantelada cuanto antes. Porque el día que rompas con la chica y vuelvas a tu casa y te tires en tu cama para pensar, maldecir o llorar (o las tres cosas juntas) tu madre --como una suerte de avejentada Virgen de la Anunciación-- aparecerá detrás de ti para interceder por la maldita ingrata mentirosa que te ha puesto los cuernos. “En el fondo la Patty es buena”, “Esa chica te quiere”, “Está confundida”, pontificará tu mamacita y tú solo querrás ponerle ‘mute’ para que te deje en paz de una vez por todas. Ella se irá decepcionada rumiando un consejo del tipo “Piénsalo, hijo. Yo cuántas veces perdoné a tu padre”, y tú, que ya no tienes nada que pensar, y que te importan un comino los deslices de tu viejo, lamentarás en el alma el infausto momento en que se te ocurrió presentarlas.

posted by el profe @ 11:24, ,




El "Zancudito" de Huacho

Navegando de alli para aca me tope con las fotos de mi sobrina aqui les dejo un enlace al hi de mi hermana.

posted by el profe @ 18:59, ,


posted by el profe @ 18:55, ,




LAS MUJERES VENGATIVAS. (enviado por Lore)

Pa que se rian un rato...


VENGANZA NÚMERO Nº 1


Hoy mi hija cumple 21 años.... y estoy muy contento porque es el último
pago
de pensión alimenticia que le doy, así que llamé a mi hijita para que
viniera a mi casa y cuando llegó le dije: Hijita, quiero que lleves este
cheque a casa de tu mamá y que le digas que: ¡¡¡Este es el último maldito
cheque que va recibir de mí en todo lo que le queda de su puta vida!!! y
quiero que me digas la expresión que pone en su rostro'. Así que mi hija
fue
a entregar el cheque. Yo estaba ansioso por saber lo que la bruja tenía que
decir y qué cara pondría. Cuando mi hijita entró, le pregunté
inmediatamente: '¿Qué fue lo que te dijo tu madre?' '¡Me dijo que
justamente estaba esperando este día para decirte que no eres mi papá!'



VENGANZA NÚMERO Nº 2


Un hombre que siempre molestaba a su mujer, pasó un día por la casa de unos
amigos para que lo acompañasen al aeropuerto a dejar a su esposa que
viajaba a París. A la salida de inmigración, frente a todo el mundo, él le
desea buen viaje y en tono burlón le grita: ¡¡Amor, no te olvides de
traerme
una hermosa francesita Ja ja ja!! Ella bajó la cabeza y se embarcó muy
molesta. La mujer pasó quince días en Francia. El marido otra vez pidió a
sus amigos que lo acompañasen al aeropuerto a recibirla. Al verla llegar,
lo
primero que le grita a toda voz es:- Y amor ¿¿me trajiste mi francesita?? -
Hice todo lo posible, - contesta ella - ahora sólo tenemos que rezar para
que nazca niña.



VENGANZA NÚMERO Nº 3


El marido, en su lecho de muerte, llama a su mujer. Con voz ronca y ya
débil, le dice: - Muy bien, llegó mi hora, pero antes quiero hacerte una
confesión. - No, no, tranquilo, tú no debes hacer ningún esfuerzo. - Pero,
mujer, es preciso - insiste el marido - Es preciso morir en paz. Te quiero
confesar algo. - Está bien, está bien. ¡Habla! - He tenido relaciones con
tu
hermana, tu mamá y tu mejor amiga. - Lo sé, lo sé ¡¡¡Por eso te envenené!!!
VENGANZA NÚMERO Nº 4
Estaba una indita en un juzgado y el juez le pregunta: - María, me han
dicho
que tú mataste a tu esposo. - Is qui como qui lo maté y no lo maté, tábanos
jugando. - A ver, María, explícame eso. - Is qui istaba lavando los
calzonis
di mi viejo y qui llega mi viejo, agarra la cubeta dil agua y mi la avienta
y mi dice: 'Cómo qui ti llovizna' Intoncis qui mi enojo y agarro
ditirjente.
Se lo aviento en la cara y li hago: ' como qui ti neva!!!'. Intoncis qui
agarra un puñu di piedras y mi hace: ' como qui ti graniza!' Y entoncis
qui
mi inojo más y agarro piedras y li hago:' como qui ti graniza tanbién!!!'
Dispuis agarra il látigo di su caballo y qui me hace: ' como qui ti
rilampaguea!' Intonsis qui mi agarra bien incabronada y como yo no traiba
cinturón qui agarro il machete y li hago...: ¡¡¡ZASSSSSS!!!... !! COMO QUI
TI PARTI UN RAYO MALDITO CABRON!!!!
Manda este correo a todas las mujeres que conozcas para que pasen un buen
rato... y a hombres para que se den cuenta que las mujeres: Son mansas pero
no MENSAS!!!!!!!!!!!

posted by el profe @ 18:36, ,




El malditoooo Indiferente (por Renato)



En el terreno amoroso la indiferencia es un talento. Uno cuyo dominio requiere años de práctica, disciplina y perseverancia. Tal inversión de tiempo vale la pena, porque un indiferente obtiene una envidiable rentabilidad sentimental. Si no, cómo explicar que la mayoría de mujeres se descorazone y corte las venas, no por el tipo sensible que las halaga y la corteja, sino, precisamente, por el indiferente, el que no les hace caso, el que las maltrata con el frío machete de su desamor. Eso de que el chico bueno se queda con la chica es una mentira de las películas de HBO. En la vida real, los malos lideran la tabla.
Para los indiferentes, la estrategia de seducción se plantea al revés de lo convencional y consiste en ignorar, en retirarle tu atención al objeto deseado, en hacer gala de una impertérrita seguridad, solo comparable con la de los más exitosos ídolos deportivos o los más entronizados galanes de culebrones. Los tipos que exudan ese relajo conchudo y desinteresado ejercen un extraño magnetismo.
Tengo amigos cuya filosofía consiste en no involucrarse, y debo admitir que la pasan genial: sus novias babean por ellos y siempre hay chicas que los están buscando. Hasta hoy no lo entiendo. Ellos actúan como caballos y, para mi asombro, las mujeres les pasan por alto todos sus desplantes, sus arrogancias y su luctuosa falta de consideración. Creo que esa suerte solo pueden disfrutarla los hombres que adolecen de ese sentimentalismo calzonudo que a otros nos ha tocado padecer. A mí –y este blog es una prueba de eso– me cuesta utilizar la estrategia adecuada e interpretar al sujeto indiferente, al pragmático, al vaquero maloso e impasible que patea la puerta del bar, seca una jarra de cerveza, escupe al suelo y se lleva sobre un hombro a la muchacha más linda del pueblo.
No puedo ser tan Clint Eastwood de la noche a la mañana cuando me he pasado toda la vida siendo más paparulo que John Cusack. No puedo ser el rudo y tatuado Tommy Lee cuando tengo la cara bovina del vocalista de los Hombres G cuando canta ‘Devuélveme a mi chica’. No puedo tronar los dedos como el Fonzie de ‘Happy Days’ cuando me he esmerado en trastabillar como Potsy Weber.
Yo solía pensar con ingenuidad que las relaciones de pareja se sostenían sobre la base de la espontaneidad, la autenticidad y la sinceridad. Pero cada día me convenzo de que esa es una utopía reblandecida. Las relaciones son un ajedrez, un ‘tira y afloja’, un calculado juego de táctica casi militar. Increíblemente, hay gente que se especializa en eso. El canadiense Erik von Markovik, por ejemplo, autor del libro ‘Mystery Method’, que enseña a conquistar mujeres paso a paso. Uno de sus alumnos fue el norteamericano Neill Strauss, que escribió el best seller ‘The Game’, donde cuenta cómo llego a ser un seductor profesional. Para los dos, la indiferencia es un virtuosismo.
Por ejemplo, este es un caso típico que ilustra el valor tangible de la personalidad indiferente. Cuando estás con una chica, tu cerebro deja de pensar (eventualmente) en las demás mujeres. Ganas en aplomo porque ya conseguiste a la chica que te gustaba. Eres un hombre feliz que ha saciado su deseo. Las feromonas de tu cuerpo empiezan a despedir químicos solo perceptibles por el olfato femenino, y entonces ocurre lo impensado: todas las mujeres se empiezan a fijar en ti, sobre todo las que nunca en su putañera vida te hicieron caso. Como ahora les eres indiferente, te has convertido en un ejemplar atractivo. ¿¿No es injusto??
Las mujeres administran convenientemente el barato pregón del “quiero un chico diferente”, pero es mentira. Puede haber legiones de chicos emotivos y sentimentales detrás de ellas, pugnando por una oportunidad, pero al final eligen al mismo típico galifardón macho e inmaduro que, sin dudas, les romperá el corazón. En lugar de decir que quieren un chico “diferente”, deberían proclamar “quiero un chico INdiferente”. Sería más honesto de su parte.

posted by el profe @ 18:24, ,




Cuando uno esta con novia

Cuando uno está con novia, la vida recupera algo de su decencia perdida. Los fines de semana, por ejemplo, ya no los inviertes en agarrarte a botellazos con tus amigos solteros en un bar de mala muerte, ni en acudir en mancha a una de esas discotecas en las que ves la noche pasar acodado en una barra. Cuando uno está con novia, los viernes y sábados son perfectos para una maratón de películas. Llegas a su casa, preparan juntos la canchita y se despanzurran descalzos en el sofá de la sala. O también pueden pedir una pizza por delivery y atravesar la madrugada al ritmo de sempiternos campeonatos de ‘Scrabble’ (o de cualquier juego de mesa en el que ella siempre te sacará la mugre). Engordas increíblemente cuando estás con novia, pero no lo lamentas, porque ella empieza a llamarte ‘gordito y hay algo poderosamente encantador en ese trivial diminutivo.
Cuando estás con novia, exploras otras maneras de cuidar tu cuerpo: te aplicas un poco de su crema exfoliante y también de la humectante y, por qué no, hasta de la hidratante. Y cuando van juntos al gimnasio ya ni miras las máquinas para brazos, pecho y espalda (que son los únicos músculos que, en el fondo, te interesa inflar), sino que te pones a trotar al lado de tu chica –provisto de una toallita de manos y un termo– en una de esas fajas electrónicas en las que no duras ni cinco minutos. Cuando estás con novia puedes organizar salidas en parejas, inacabables noches de ‘Charada’ y ‘Pictionary’ con amigos, y hasta es más divertido programar el típico viajecito a Canta o Lunahuaná.
Una novia te ayuda a vestirte mejor. Una novia te enseña a cocinar. Una novia te insiste para que ordenes tu cuarto, limpies tu carro, organices tu agenda, te afeites dos veces por semana. Con una novia –como dice Alberto Fuguet– puedes ir al cine a ver comedias románticas sin sentir culpa. Una novia hace que tu mamá deje de sospechar inmediatamente que eres gay, y si eres gay, una novia te permite dudarlo. Cuando estás con chica, dejas de mirar a todas las mujeres en la calle como un animal excitado y muerto de hambre, y solo observas a las más guapas con el rabillo del ojo. Cuando estás con novia, siempre tienes con quien bailar y eres la envidia de los solteros que se pasan la fiesta estáticos, maldiciéndote desde sus mesas. Otra gran ventaja es que tienes sexo frecuente y ya no tienes que estar bajándote esos videos pornos que más de una vez tu sobrino de 6 años ha descubierto en tu PC.
Tener novia es tener alguien con quien comer helados y tomar capuchinos después del trabajo. Es, desde luego, tener alguien con quien conversar sobre esas millones de cosas bonitas de las que tus amigos suelen burlarse. Con una novia puedes despertarte y sentir, ingenuamente, que nunca más estarás solo. Con una novia puedes pelearte sabiendo que en la reconciliación está el gusto. (..... por eso un abrazo para mi pata chinillo NAVI)

posted by el profe @ 8:56, ,




Con Ustedes el Campeon


Hace unos días me chotearon por última vez. Debe ser la vigésimo cuarta choteada de mi vida. No fue –ojo– una choteada muy aparatosa que digamos. No pasé ninguna vergüenza pública, ni hice el ridículo en algún local, ni me arrojaron los boletos del cine, en cuadraditos, contra la cara pelada.





Esta fue, más bien, una choteada sutil, lenta, pausada, y ahora que lo pienso bien, tal vez por eso es mucho más dolorosa todavía. Me explico: cuando una chica se niega a salir contigo al primer intento, es más sencillo encontrarle consuelo a ese revés. Rápidamente te haces a la idea de que esa mujer no es para ti y entiendes sin paltas que ha llegado, otra vez, el momento cumbre de virar hacia otras coordenadas el cansado periscopio de ese rojo submarino que es tu corazón. Que nadie te diga que no lo intentaste.
En cambio, cuando la negativa se demora y llega por capítulos; cuando detrás de la indecisión hay un cargado tufo de suspenso; cuando un viernes te dicen SÍ, el sábado te gritan NO y el domingo te susurran NO SÉ, entonces la choteada va tomando la terca dimensión de una maquiavélica tortura.
Y fue así como me ocurrió en esta ocasión. Ella aceptó encantada mi invitación al teatro, una semana después canceló con dulzura una cena en la Trattoria de Ugo Plevisani, a la semana siguiente me mensajeó al celular para que almorzáramos juntos (aún tengo guardado ese msn de 12 caracteres) y, por último, ayer, sorpresivamente, dio por concluida nuestra relación con el hermetismo y la indiferencia de una operadora telefónica.
¿Que qué pasó? Pues, nada serio. Únicamente que al final de un largo beso, entusiasmado por el salivoso momento Kódak que acabábamos de protagonizar, cometí el imperdonable error de hablarle de ‘nuestro futuro’. Su rostro –tendrían que haber estado allí– tensó todos sus pliegues. Sus ojos se hincharon de espanto, su boca se convirtió en un muñón y, luego de escucharme reseñar una serie de proyectos delirantes (escaparnos a Máncora el viernes, viajar a Santiago a fin de año y, el peor, organizar juntos un almuerzo campestre para presentarle a mi mamá), me soltó de las manos y se largó, dejando en el aire una frase ruin que dolió tan hondo como un gancho en el plexo: “Gracias. En serio, gracias, pero paso”.
Hoy –después de la resaca del impacto– se me ocurrió llamarla, pues pensé que en su frase había algo inconcluso. Dijo "paso", claro, pero a dónde. ¿Era una señal? ¿Un acertijo? ¿Qué ‘paso’ era ese que yo no estaba comprendiendo bien? ¿'Paso' era un verbo o un sustantivo? ¿Qué quería decirme entre líneas? Sin duda, se trataba de un tonto malentendido. Mis amigos me dijeron que estaba loco, que si la llamaba sería el indiscutible campeón de los babosos.
Con ustedes, señoras y señores, el campeón.

posted by el profe @ 8:48, ,




Factor incomodo

Las EX novias siempre me han resultado un factor incómodo. Debe ser porque siempre fueron ellas las que se irrogaron el estatus de EX. Si hubiera sido yo el que hubiera dado por terminadas las relaciones, seguramente no habría ningún drama: la presencia de mis EX me resultaría simpática o un poquito inquietante o indiferente, pero no me atormentaría ni me mortificaría ni me amargaría.
En cambio, cuando es uno el damnificado; el que recibe la dura primicia del rompimiento; el que tiene que aceptar -caballero, nomás- los nuevos términos del contrato rescindido; el que tiene que acostumbrarse a la prepotencia de una soledad que no había buscado ni promovido ni planificado, entonces el escenario gira 180 grados. Ahí la EX sí se convierte en una presencia nociva, intimidante, alérgica. No quieres verla, no quieres que te la nombren, no quieres saber ni un solo detalle de su nueva vida de soltera libre y feliz. La sola idea de cruzarte con ella un viernes por la noche y de ser testigo de lo muchísimo que se divierte con sus amigas, te enferma.
Para evitar el riesgo, prefieres quedarte en casa. Pero cuando eso ocurre, el remedio suele ser peor que la enfermedad, porque en la casa no logras concentrarte en nada. Enciendes la radio y de pronto todas las putas canciones tienen que ver contigo y con tu desgracia sentimental. Te escondes en la cama, tienes pesadillas, sudas, te deprimes. Al despertar, te dices a ti mismo que odias a tu EX, aunque en el fondo sabes que es mentira: desearías odiarla, seguro, pero todavía la quieres y ese querer es, por ahora, inmanejable.
Tus amigos, con accidentada ternura, te conminan a que la olvides diciéndote "pasa la página, oe, no seas huevón", y al oírlos tú sientes que esa página está pegada con engrudo y que no podrás pasarla nunca por mucho empeño que le pongas a ese trabajo forzado. Arruinado por la pena, convencido de que en tu corazón alguien ha hecho estallar un coche bomba, te pasas los días en un estado de patidifusa melancolía. No comes, no estudias, no reaccionas. Te conviertes en un autista, una ameba, una musaraña. Además, como no te importa conocer a ninguna otra mujer, te abandonas, dejas de ir al gimnasio, dejas de pulirte, dejas de afeitarte. Te transformas en la versión masculina de Bridget Jones.
Pasan semanas, un par de meses, y tus amigos tratan de sacarte hasta que una noche por fin lo consiguen. "Hoy me la pego", les aseguras, y ellos celebran tu espíritu envalentonado y tu semblante visiblemente restablecido. Uno de ellos sugiere ir al clásico bar de Las Noches de Calzoncillos. Para variar, está repleto. Propones subir al segundo piso para ubicar alguna mesa libre, y justo en el instante en que estás repasando el panorama, en ese desgraciado segundo de distracción, ves a tu EX sentada en una mesa. Tu pecho empieza a bombear enloquecidamente de la impresión. No sería raro que sufrieras un infarto. Cruzan las miradas, y ya es tarde para hacerte el loco y voltear como si no la hubieras visto. De pronto, ella te sonríe con esa antigua complicidad. Quieres ir a abrazarla y a decirle que aún la adoras y que quisieras casarte con ella hoy mismo. Sin embargo, algo te detiene; o mejor dicho, alguien; o mejor dicho, la sombra difusa de alguien. Giras la cabeza, amplías mínimamente tu campo de visión y te percatas de que junto a ella, demasiado cerca para tu gusto, hay un tipejo sentado, mascando canchita. Lo peor es que su cara te resulta sumamente conocida. "¿No se parece acaso al amiguito ese de la universidad del que tu EX siempre te hablaba?", le preguntas, ingenuo, a tu conciencia. "No, no se parece, idiota, es idéntico. Es él", te contesta ella, relajada y cachosa.
Un leve mareo sacude tu cabeza. Estás atrapado en la horrible escena de terror que no querías protagonizar jamás: tú, tu EX y el hombrecillo que ha tomado tu lugar en su vida. Obviamente, no sabes qué hacer. Piensas en largarte sin decir nada, pero vacilas. Por detrás, tus amigos te soplan al oído "anda y saluda, o vas a quedar como un baboso". Y tú -que más baboso ya no puedes sentirte- les haces caso y te acercas a saludar.
Son desastrosas esas conversaciones con la EX. Todas diplomáticas, superficiales, epidérmicas, llenas de lugares comunes y de poses políticamente correctas. Que qué ha sido de tu vida. Que cómo están tus hermanos. Que qué sabes de fulanito. Que me va bien en la chamba. Que no me jalaron en ningún curso. Que la vez pasada me crucé con tu amiga. Que si te llegaste a comprar la cosa esa que tanto querías. Que si tu perrita se mejoró de la dolencia en la cadera. Que no te creo que te fuiste a Máncora de nuevo. Que me voy porque me están esperando. Que cuídate mucho. Que no te pierdas. Que mándale saludos a tu mami de mi parte. Que ya nos vemos.
Aj. Aj. Aj. Odio esas charlitas inmundas, en donde todo se imposta y se falsifica. Te encuentras con tu EX después de meses y tienes ganas de decirle mil cosas; de confesarle con rabia que la extrañas; de preguntarle cómo es posible que tan pronto esté con otro; de susurrarle al oído que está más preciosa que nunca. Tienes ganas de removerle los intestinos con recuerdos de lo que pasó entre ustedes; de sacarle en cara sus promesas; de pedirle perdón; de perdonarla. Pero no. No dices absolutamente nada de eso. Todo se reduce a un histriónico intercambio de frasecitas amables y desangeladas que salen de tus cuerdas vocales sin que puedas hacer nada por evitarlo, como si fueran parte de una monótona grabación para casos de emergencia.
Transcurren los meses, los años y tu EX va desapareciendo detrás de un muro que ambos, inconscientemente, van levantando. Cada decisión tomada por separado, cada nuevo paso dado por los dos, cada experiencia que no conocen el uno del otro es un ladrillo adicional en esa tapia, cada día más grande y consistente. Cuando te percatas del tamaño colosal de ese paredón, ya no solo no quieres saber de ella, sino que piensas: para qué, cuál es la utilidad, cuál el beneficio. La chica que estuvo contigo; con la que conversabas de los temas más trascendentales y también de los más bobos y pastrulos; con la que exploraste todos los niveles de la pasión y la intimidad; con la que hiciste decenas de planes para el futuro sentados sobre la cama; con la que bromeaste hablando de los hijos que tendrían y de los nombres que les pondrían; con la que viste millares de películas en DVD; con la que lloraste y reíste y volviste a llorar y a reír; ya no existe, no está más: se suicidó el mismo día en que decidió partir.
Hay una canción de Cliff Richard que habla de eso. De lo increíblemente irónico que es ya no hablar más con la persona que complementó tu vida durante un largo periodo. Los años la han llevado de un polo al otro de tu mapamundi emocional: de ser la mujer más importante ha pasado a ser una anónima, una X, una chica con la que ahora, en el mejor de los casos, solo mantienes un sobreactuado vínculo cordial. No sé si coinciden conmigo, pero hay algo de tragicómico, injusto y decepcionante en esa invariable mutación radical.
Mis dos EX son hasta hoy un factor incómodo. Una está casada, la otra con novio. Ya no las quiero, pero las quiero. Ya no las necesito, pero las necesito. Ya no me importan, pero me importan. Y lo que es más paja y triste es que yo sé que bien en el fondo -allí donde las tripas no admiten mentiras- ellas sienten exactamente lo mismo por mí.

posted by el profe @ 11:35, ,




QUE J SE VAYA A LA M



Creo que J se ha hecho merecedora de este post. La otra noche salí con ella y su actuación me dejó menos perplejo que decepcionado. Para contextualizar diré que conozco a J hace años. Seis años, si no me falla el cálculo. En ese lapso, nos hemos besado un par de veces, pero nunca ha ocurrido nada auténticamente serio entre nosotros. J siempre me ha gustado y ella lo sabe; y creo que hay cosas de mí que le atraen, pero que, supongo, le resultan insuficientes. Es en nombre de esa suerte de eventual química -y a pesar de que es una engreída fatal y de que se computa la penúltima chupada del mango- que de vez en cuando la invito a salir (y de cuando en vez, ella accede). Me resulta guapísima, no lo puedo negar, y si no he roto el débil contacto que nos une es porque tengo la secreta expectativa de una futura coincidencia sentimental. O mejor dicho, TENÍA la expectativa. Después de lo que sucedió el viernes, creo que J es un capítulo que debo cerrar, en el supuesto discutible de que alguna vez haya estado abierto.
La llamé con el pretexto de celebrar su reciente graduación. J es chef, prepara unos postres exquisitos y forma parte del staff de uno de los mejores restaurantes de Lima. Por teléfono, le dije para ir a tomar unos piscos a un bar de Miraflores. Aceptó, advirtiéndome que tendría que regresar temprano a su casa porque al día siguiente entraba a trabajar a las 8 a.m. Le aseguré que no habría ningún problema.
Tal cual lo planeé, la recogí, fuimos al bar y nos tomamos uno, dos, tres, cuatro piscos sours. De sauco, de granadilla, de maracuyá. La conversación estaba animada: intercambiamos chismes sobre amigos en común, canjeamos un par de risas y por ahí hasta un guiño medio coqueto. De no haber sido por un par de bostezos que J no supo disimular, diría que la estábamos pasando bastante bien. Tras el cuarto pisco -y con la espontánea finura por los efluvios alcohólicos provocada- la tenté para ir a bailar. Inesperadamente dijo que sí, olvidándose de sus responsabilidades laborales y alimentando mi ilusión acerca de las singulares satisfacciones que la jornada podía depararme. "Hoy la hago", auguré en la recóndita oscuridad de mi laxada conciencia.
Al final, después de pagar la cuenta (la cual, por cierto, asumí enteramente con los últimos estertores de mi tarjeta de crédito) montamos mi auto y manejé rumbo a la discoteca. Mientras caminábamos, viéndome acompañado de una chica tan guapa, me sentí un tipo con suerte. Y fue con ese aire de bacanería que hice mi ingreso estelar por las escaleras del local. No me importaba haber tenido que pagarle la entrada a J. Esta era mi noche y si tenía que invertir en ella, pues lo haría sin remilgos de ningún tipo.
Una vez adentro, nos ubicamos junto a la barra principal. Le invité a J una cerveza, y de pronto se le ocurrió fumar. Menciono ese detalle porque fue a partir de él que se desencadenó toda mi nocturna desgracia de fin de semana. Como yo no fumo, nunca cargo encendedor, así que encontré normal que J buscara entre las personas cercanas a alguien que gentilmente quisiera prestarle el suyo. Fue en ese instante que apareció la diligente mano de un tipo X que, no contento con prender el cigarro de J, empezó a conversarle. No me pareció raro: quizá ella le resultaba conocida o tal vez la confundió con otra persona. No había que ser mal pensado. Además, estaba claro que J había venido conmigo, así que esa charlita incipiente tenía que ser finiquitada en cualquier momento.
Pasaron cinco minutos y la situación no cambió. Evalué velozmente la posibilidad de insinuar mi incomodidad con alguna señal (no sé, un carraspeo, una tos compulsiva, un falso estornudo), pero justo ahí me encontré con un amigo, Álamo, que con su presencia me ayudó a disimular lo que en ese instante era solo una circunstancia adversa pero que estaba a punto de convertirse en un papelón redondo. Improvisé con Álamo un diálogo de lo más banal, mientras con el rabillo del ojo vigilaba a J, que a esas alturas parecía estar sumamente interesada en prolongar indefinidamente el encuentro con el simpatiquísimo y comedido sujeto del encendedor.
Traté de aplacar mi iracunda desazón pensando que a lo mejor la pobre J no sabía cómo quitarse de encima al fanfarrón ese, y que en el fondo lo que esperaba era que yo me acercara para rescatarla de ese trance. Sin embargo, cuando vi que ella se reía como no se había reído en toda la noche y que le daba al invasor todita la pelota que no me había dado a mí en todos los seis años que la conozco, enfurecí de rabia (o si prefieren, monté en cólera).
Di un par de vueltas por el local para tomar el aire que la indignación me estaba quitando, pero cuando regresé al escenario del crimen me percaté de una escena que marcó el colmo de lo soportable: Mister X estaba tomándose, muy campante, la cerveza que yo -Don Pepelmas- le había comprado a J apenas llegamos. "Esto es humillante: le estoy financiando la juerga al maldito usurpador", desvarié.

Imaginarán lo completamente relegado y ridiculizado que me sentí. Lo peor de todo es que J la estaba pasando genial, así que no tenía ningún sentido que yo interviniese. ¿Qué podía decirle? ¿Recordarle que habíamos venido juntos? ¿Echarle en cara los varios piscos que le regalé, amén de la entrada a la discoteca de la que ahora solo quería escapar? ¿Decirle que era una canalla, una chupasangre, por consentir tamaño maltrato? Si lo hacia, me hubiera coronado inmediatamente como el imbécil del siglo.
Me refugié en una esquina por un momento, soportando las arcadas que me producía el hecho de recordar que había sido precisamente yo quien insistió en que vayamos a bailar a ese lugar esnob, atorrante y caro. Sin valor para despedirme de J, huí del local, atravesado por una trepidante sensación de estafa y una incurable sed de venganza. Sentía que había hecho todo el trabajo sucio y que era otro el que se estaba quedando con las regalías. Sentía que había escrito el libro y que era otro el que cobraba los cuantiosos derechos de autor. Sentía que había corrido toda la cancha y sudado la camiseta y que era otro el que anotaba el gol del triunfo. Me costaba reconocerlo pero la verdad era una sola: era un loser, un perdedor en todo su baboso apogeo.
Triste como estaba, hice lo único que queda hacer en estos casos: llamar a un amigo para vomitarle todo tu despecho. Llamé a mi amigo Alfonso.

Eran las 3 de la mañana. Él me rescató, me invitó unas cervezas y me llevó a comer un restaurador salchipapas al Glotons, uno de esos restaurantes al paso que brillan con luz de neón en la madrugada de Lima. Alfonso me vio emborracharme, me oyó repetir una y otra vez la misma cantaleta, manejó mi auto y me hizo dormir en el sillón de la sala de su departamento. O sea, me salvó la vida.
Cuando me desperté, recapitulé, paso a paso, cada uno de los eventos de la noche y me encolericé por haber interpretado, tan soberbiamente, el papel de tarado. La culpable unánime era J. La guapa y tramposa J. A ella --tan querida, tan odiada-- va dedicado este post.

posted by el profe @ 11:19, ,




AQUEL VIEJO MOTEL por (J.J.G.)

La primera vez que le dije a una novia para ir a un hotel, se echó a llorar. Y no de emoción, precisamente. Era de noche. Yo tenía 20 años, ella 17. Estábamos en el carro de mi mamá, estacionados al lado de un parque, evaluando alternativas sobre dónde prolongar los ruidosos festejos por los diez meses de nuestra joven relación. Fue ahí que, tomando disimulado valor, le hice la propuesta con la gélida naturalidad de quien pregunta la hora.
- "¿Y si nos vamos a un hotel?", indagué
Tras mi genial pregunta hubo una pausa de siete u ocho segundos. Luego, ella rompió el silencio con un gimoteo inesperado, seguido de un fino llanto de honda decepción, un sutil moqueo y una corta pero muy corrosiva cadena de insultos.
- "¿Qué te crees que soy ah? ¿Una ruca? Idiota ahí. Llévame a mi casa ahorita", me espetó, con la voz entre temblorosa y renegona.
Yo, asustado por haber propiciado lo que a todas luces resultaba ser un ataque ofensivo a la conservadora autoestima de mi señorita enamorada, encendí el carro y comencé a manejar y a pedirle disculpas en cinco idiomas. Ella, desde luego, rebatió todos mis estúpidos argumentos, reprochándome el supuesto maltrato emocional al que la había expuesto. Era duro de aceptar, pero no cabía duda: la había cagado todititita.

A pesar de su tajante e indignada posición, su parecer cambiaría con el tiempo hasta torcerse por completo. Fueron dos meses los que me tomó convencerla de que un hotel no era, pues, el oscuro templo de lujuria y lascivia que su virginal cerebro adolescente despreciaba, sino un lugar absolutamente sano adonde parejas de todas las edades y procederes acudían para refugiarse y celebrar el amor.
Cuento esa anécdota del pasado a manera de introducción a este post, que pretende ser un tributo personal, un pequeño reconocimiento, un breve pero significativo homenaje a la tantas veces censurada institución del hotel. Y cuando digo hotel en realidad quiero decir telo, ese lugar humildón que --aunque privado de la imponente fastuosidad de un Marriot o un Hilton-- da cálido albergue a los amantes urgidos que no tienen dónde dar cuenta de sus más recónditas y eléctricas pasiones.
Cuando tú y tu novia viven en casa de sus respectivos papás; cuando ya se hartaron de tener que esperar a que toda la familia salga de paseo para acostarse juntos; cuando ya no resultan tan adrenalínicos los angustiantes sobresaltos del sexo improvisado en la sala de la televisión; cuando hacerlo en ambientes públicos ha perdido algo de su gracia original; cuando extrañas un lecho donde poder ensayar las más insospechadas y gimnásticas piruetas; o cuando simplemente añoras la privacidad y discreción de una habitación cerrada con doble llave y la confortable amplitud de un somier de dos plazas; es ahí, justo ahí, cuando la figura del telo adquiere una nobleza y trascendencia innegables.
Uno aprende primero por las películas, y luego lo constata en la práctica, que la habitación de un hostal crea en los enamorados la ilusión de un cuarto matrimonial. Es como ser esposos o convivientes por una noche. En ese lapso, la cama, las sábanas, los veladores, las lámparas, los feos bodegones que decoran las paredes, el baño y el televisor forman parte de una escenografía que los novios comparten falsamente: todo el decorado es propiedad de los dos pero al mismo tiempo de ninguno, o es de los dos pero también de los muchos hombres y mujeres que han pasado antes por allí. Ir a un telo es, entonces, formar parte de una comunidad imaginaria que ha usufructuado los mismos beneficios que tú y tu chica, que ha actuado en el mismo set, que ha peleado en el mismo ring de cuatro perillas, y que se ha amado bajo el mismo techo (y sobre el mismo colchón).
Sin embargo, a pesar de lo extrañamente encantador que resulta ocupar ese espacio en el que la disposición de los objetos produce esta sensación de doméstica pero efímera comodidad, a pesar de eso, la visita al telo siempre exige atravesar momentos algo embarazosos. El solo hecho de ingresar a un hotel ya provoca en muchas mujeres un pasajero acceso de estrés, un pudoroso nerviosismo que se agudiza segundos más tarde, delante del mostrador de recepción. No hay forma de llegar hasta el dormitorio salteándose esa instancia ligeramente incómoda: es una garita que hay que pasar, una escala técnica que hay que hacer, un trámite que estamos obligados a regularizar.
Es gracioso ver cómo algunas chicas, por preservar el perfil bajo, giran discretamente la cabeza y se cubren tiernamente la cara con el pelo, mientras tú haces arreglos con el recepcionista, con la finalidad de contar con las más dignas instalaciones del local y acceder al juego de llaves que te corresponde. Con las huéspedes primerizas, la posibilidad de que un ataque de pánico las haga retroceder no desaparecerá hasta que ambos crucen el umbral de la puerta de la pieza que les ha sido asignada. Es por eso que muchos novios, durante los minutos en que se ocupa el ascensor y se atraviesan los laberínticos pasillos, cruzan secretamente los dedos para que su pareja no se repliegue y arruine la velada. Para colmo, siempre existe la terrible posibilidad de que tu chica se cruce con alguna persona conocida en la ruta al cuarto, un azar que podría suscitarle un 'shock' y un funesto arrepentimiento.
La vida --entre rachas de sequía y tumbos de promiscuidad-- me ha llevado a conocer hostales de todo pelaje. Desde los más gallardos, con sus edredones, su jacuzzi y su sistema de calefacción, hasta los más guerreros, con sus cortinas remachadas, sus anónimos jaboncillos de tocador, y con los botones aplastados del control remoto de la TV sin cable. A todos ellos les cogí un episódico cariño. Y aunque sería inadecuado elaborar una lista de todos los telos que me han proporcionado fugaz cobijo y amparo, no puedo evitar mencionar algunos de los clásicos y favoritos. Ahí tienen ustedes el histórico Polonia, el Britania, el inexpugnable Reducto, el inmaculado My Place, Las Lomas, Los Laureles, el recientemente descubierto Eucaliptos, el siempre dispuesto Monterrico Inn, el Faro, el Farolito, el Cisne, el Apolo, el Inkari, Los Mirtos, amén de otros que fueron testigos de gestas menos triunfales y cuyos nombres marginales es menester olvidar.
En esos lugares amé, me divertí, reí, me desvelé, me quedé plácida e irresponsablemente dormido, me embriagué, mentí, oí mentiras, sorprendí, defraudé, pero sobre todo hice felices a mujeres que me hicieron feliz. A veces enamorado hasta el tuétano, a veces no. A veces con novias, a veces con compañía ocasional. Por todo eso, cada vez que paso delante de sus fachadas, en auto o a pie, la memoria hace que se me escape una sonrisa, en un guiño de abierta complicidad conmigo mismo. (Espero constatar en los comentarios que a ustedes les pasa igual para sentirme un poquito menos delirante).
Supongo, para terminar, que este post es también un reflejo de nostálgica despedida. Una vez que adquiera mi departamento --cuya compra está a punto de concretarse-- ya no será necesario vagabundear por ahí, calenturiento, de madrugada, buscando junto a quien sea la posada amorosa de un hostal. Aunque, claro, siempre queda la futura posibilidad de un dulce y travieso reencuentro.

posted by el profe @ 11:05, ,




TODAVIA NO QUIERO SER PAPA






Me refiero a que cuando los enamorados entran en un ritmo altamente cachondo, y le dan cuerda día y noche a sus ímpetus sexuales --en un telo o en donde sea-- tarde o temprano surge entre ellos el miedo, la duda y la terrífica paranoia de haber 'metido la pata'. Por más precavidos que hayan sido los dos, y por más derroche de condones, anticonceptivos y demás adminículos profilácticos que hayan hecho, no hay pareja que se libre de ese riesgo.
El vía crucis empieza con una llamada de tu chica. Alo, amor, pucha, no me viene, te informa ella, con esa voz baja y tembleque con que se comunican las malas noticias. No te viene qué, preguntas, tratando de disimular. La regla pues, huevón, la regla, te aterriza. Es desde ese instante telefónico que la angustia te clava los colmillos y te chupa la sangre. Y no habrá absolutamente nada que te salve del fatigante estrés de pensar que existe siquiera una micro posibilidad de que hayas embarazado a tu novia. La sola idea de ser papá contra tu voluntad, de estar obligado a improvisar un futuro que no tenías planeado y de, eventualmente, tener que casarte ante el unánime pedido de la hinchada, te perfora el cerebro y te lleva, lenta pero irremediablemente, al borde de la locura.
Conozco muy bien ese sentimiento. Han sido dos las inolvidables ocasiones en que he padecido el sobresalto. Por lo menos me ocurrió con mis enamoradas. No quiero ni imaginar el desastre que debe significar que te suceda con una chica con la que tuviste un 'lapsus eroticus arrechus' (improbable nombre científico que en su traducción más coloquial equivaldría al celebrado peruanismo 'choque y fuga'). Eso sí que debe ser terrible: embolar a una chica con la que solo has tenido un encuentro fortuito y pasajero.
Decía que he vivido en carne propia ese trauma, y recuerdo perfectamente el trastorno, el impacto, el estado de temor y ansiedad en que me depositaron esas llamadas. Sobre todo, la pavorosa frasecita No me viene. Ese aviso es infartante, y sus secuelas son graciosamente reveladoras, pues todo lo que a tu novia no le viene, te empieza a venir a ti: te falta aire, pierdes apetito, transpiras, te sicoseas, te baja la presión, se te afloja el estómago y tus piernas se convierten en un inestable y nervioso par de palitroques. Por poco y te desmayas. Si hasta parece que la embarazada fueras tú. Es difícil describir el estado mental de un hombre que, durante días o semanas, vive en ese estado de vacilación y consecuente congelamiento orgánico. Aunque chabacana, la conocida expresión popular 'tener los huevos de corbata' es en este caso muy didáctica e ilustrativa, pues precisamente así, con esa sensación de ajuste y ahogo, es que se manifiesta el vértigo en un chico martirizado por una palta existencial tan grave como esa.
Pero no solo te asustas cuando tu novia te dice que cree estar embarazada. Después del shock, viene la depresión. En una imaginaria nube que flota sobre tu cabeza empiezan a transcurrir escenas escogidas de tu nueva vida de involuntario progenitor. Te ves cabizbajo comprando pañales en el supermercado; cancelando planes de fin de semana con tus amigos; despertándote de madrugada; hirviendo mamaderas; soportando ese detestable chillido de los recién nacidos; arrastrando un cochecito por un parque; y --lo peor-- limpiando esos terrosos y pestilentes grumos de que se compone la caca de un bebé. Parece una ironía: tu novia va a dar a LUZ, pero tu vida se sumerge en la más tenebrosa oscuridad. Ya se lo confesaba el maestro Bill Murray a la recontra potable Scarlet Johansson en un pasaje de la imperdible Lost in Translation: "cuando nace tu primer hijo toda tu vida, tal como la conoces hasta ese momento, desaparece".






Pero así como tu novia te puede hundir en la desesperación más cabrona al comunicarte sus sospechas de embarazo, te puede llevar a la euforia absoluta cuando te anuncia el advenimiento de la regla. La sagrada y rojiza huella de la menstruación. Amor, ya me vino. Qué dulces palabras. Qué gran momento del lenguaje femenino. Uf, le vino. Gracias, Dios. Gol. Por fin. Qué alivio. Qué tranquilidad. Vuelve el alma al cuerpo. Vuelve a reinar la alegría. Qué viva el Perú. Que alguien destape dos cervezas. Hay que celebrar tan magno evento, digno de todos los festejos y hasta de las primeras planas. Qué extradición ni qué ocho cuartos. La noticia es otra. A tu novia le vino la regla. Ya no vas a ser papá. Salud por eso. Seco y volteado. Y pidan otra ronda que yo la invito.
Dicen que las mujeres acostumbran estirar malévolamente estos períodos de incertidumbre (y que a veces hasta los inventan) para probar así nuestra reacción y ver cómo nos comportaríamos ante el escenario de un supuesto embarazo accidental. Supongo que están en su derecho de tendernos esa trampa para husmear en nuestros prejuicios respecto de, por ejemplo, el aborto. Lo que sí me parece faltoso es cuando las mujeres propician el embarazo para obligar al novio a formalizar una relación. Es decir, te engañan diciendo que se están cuidando y luego utilizan la contundencia de la preñez como un fortísimo argumento para arrastrarte al altar. Hay quienes piensan que esa es una vil triquiñuela, pero también he oído a defensores de esas prácticas egoístas decir que las mujeres no lo hacen para 'atrapar' a su novio, sino simplemente por las puras ganas de tener un hijo. Francamente, no sé qué vendría a ser peor.
Mi amigo Alfonso (Robotv, ilustrador del blog y talentoso fotógrafo), me informa de la existencia de un mecanismo llamado "el braguetazo de oro", y que marca el caso inverso: cuando un varón hace promesas sexuales que no cumplirá (del tipo 'solo la puntita') y deja embarazada a su chica, en la esperanza de reproducirse y quizá fortalecer el seguramente deteriorado lazo sentimental del que su relación pende.
De todo este rollo extraigo una reflexión que no pienso alterar: si voy a ser papá, me gustaría decidir cuándo y no enterarme desprevenidamente por teléfono. Y aunque ya no me persigue como cuando era chiquillo la pesadilla de ser papá por anticipado, igual sé que aún no ha llegado ese momento (mis encantadores pero a menudo revoltosos sobrinos de 4 y 3 años me han ayudado a confirmar esa certeza). Por eso, para evitar una fregada paternidad impuesta, siempre tengo a la mano -- caleteado en la mesa de noche o refundido en la mochila-- un inmaculado preservativo: después del perro, el segundo mejor amigo del hombre.

posted by el profe @ 10:52, ,




No te vayas a morir tan lejos

Un enlace al articulo de renato cisneros te lo recomiendo es real

posted by el profe @ 9:23, ,




eL dISNEY DE LOS NIÑOS GRANDES (por Renato Cisneros)


Tarde o temprano, los hombres no adolescentes aterrizan en un night club. Estén solteros o casados. Quien diga que nunca ha visitado uno, miente. Es más, desafío a todas las lectoras emparejadas de este blog a que les pregunten a sus novios o esposos si alguna vez han pisado un night club. Estoy seguro de que todos se verán forzados a admitirlo; y el que no lo haga, repito, estará sobreactuando magistralmente. Por otro lado --aún a riesgo de que se venga abajo ese inmerecido altar que algunas confundidas lectoras se han apresurado en levantarme-- tengo que confesarlo con todas sus letras: yo también he concurrido a esos lugares.
Hay diferentes tipos y clases de night clubes, pero la estética y, digamos utilidad, vienen a ser las mismas en casi todos. Allí empiezan o terminan la mayoría de despedidas de solteros. Allí van las patotas de amigos para darle un poco de adrenalina machista a sus comúnmente aburridos y monótonos fines de semana. Allí se concentran turistas platudos con ganas de probar la 'mercancía' local antes de regresar a sus países. Allí se refugian los políticos, los empresarios y las celebridades faranduleras más insospechadas. Pero allí, sobre todo, van a parar los desposeídos del amor, esas almas solitarias, bohemias y torturadas que, cansadas de dar tumbos, caen en esos antros --como malaguas varadas por el mar-- para conseguir de una vez por todas algo del cariño que la vida les ha ido negando. La filosofía de esos hombrecitos afiebrados pareciera sintetizarse en el siguiente lema: si las mujeres me han pagado mal, por lo menos que me cobren bien.
Las veces que he ido --haciendo un travieso paréntesis, una escala técnica en mi gesta de buscar novia-- me he sentado a mirar y mirar, a identificar los roles y a observar a los personajes, a detenerme en sus conductas y gestos, como si fuera un vouyerista espiando obsesivamente en el ojo de una cerradura, con un mezcla de deleite y asombro, cual si estuviera en una Disneylandia para niños grandes. Además, al igual que en el reino mágico de Mickey Mouse, en un night club todo es un montaje de fantasía: desde la generosidad de los mozos (siempre a la caza de una propina) hasta el cariñoso trato de las 'damas de compañía', dueñas de unos cuerpos siliconeados, masajeados por los cirujanos o inyectados con aceite de avión.
A pesar de que uno es conciente de que se está inmerso en una escenografía postiza, igual disfruta la ilusión de sentirse 'deseado' por ese tropel de odaliscas que te acosan, te rodean, murmurándote al oído excitantes vulgaridades, llamándote 'papi' o 'bebé', falseando sonrisas, relamiéndose los labios recién operados, insinuando que se derriten de ganas de que las lleves contigo y las hagas tuyas en un cuarto de hotel o, en su defecto, "en un privado nomás". Es fácil perder la perspectiva, y comerte el cuento de que, de la noche a la mañana, te has transformado en un galán irresistible, olvidando que esas vampiresas solo te ven como a otro puñetero cliente más, y que el chiste del negocio radica precisamente en eso: en hacerte creer que todo lo que ves, todo lo que escuchas y todo lo que tocas es de verdad.
De todos los personajes que uno encuentra en esos sitios, los más conmovedores son los tipos solitarios. Hay algo entre patético y triste en esos parroquianos que, removiendo con un delgado sorbete sus vasos de aguado whisky, contemplan embobados a las chicas que en sus narices ejecutan un striptease y se deslizan por un tubo. Llevan la cara entumecida, como si hubieran pasado decenas de años desde la última vez que vieron a una mujer desnuda; como si toda la lascivia del mundo se concentrara por unos minutos en sus pequeños ojos petrificados. Detrás de su mutismo y su quietud uno no sabe si hay simples deseos de relajarse un rato; simple pendejería y excitación, o todo un abanico de frustraciones amorosas que les han arruinado el ego y pisoteado la autoestima.
La primera vez que fui a un night club, un tipo gordo, barbón y muy elegante, que advirtió la gansa cara de intimidación y espanto con que seguía la coreografía de una gimnástica (aunque algo mofletuda) bailarina, me dijo: "Aquí las mujeres son como las montañas rusas: primero hay que perderles el miedo; después, una vez que las montas, ya no vas a querer bajarte". Me lo decía al oído, riéndose, mientras del otro lado toqueteaba las ampulosas curvas de látex de una de las chicas que, a su vez, sin cuajo, coqueteaba conmigo.
Sin embargo, más allá de la burda analogía de la montaña rusa, siempre me ha cautivado el perfil sociológico de las mujeres que trabajan en esos lugares. Para empezar, ninguna utiliza su nombre real, así que se pasan la mitad del tiempo inventando alias extraños o seudónimos cortos: Ninoska, Yuri, Kristy, Leyla, Patty, Tita, Yessi, Zuzet, América, Yesenia, etcétera. Ya desde ahí su mundo es irreal y ficcionado: lo cual, psicológicamente hablando, no debe ser poca cosa.
Pero el nombre no es lo único que tergiversan. También se colocan lentes de contacto verdes o azules para disfrazar la autenticidad de sus ojos; se pintan el pelo de colores estridentes, se incrustan uñas acrílicas y usan unos descomunales zapatos con taco aguja que las convierten en yeguas portentosas. Por no mencionar el grumoso lápiz de labio que llevan en la boca, ni la estela del inconfundible perfume de tocador que dejan a su paso. Todo eso, claro, es lo menos trascendente. Lo que realmente las unifica en esencia pareciera ser un estilo de vida del que prefieren no hablar. Su historias están atravesadas por el silencio, por la carcajada mecánica, por el dolor, por un esposo que las dejó o que nunca las quiso y se fue con otra; o por un hombre que las golpeó, humillándolas; o por un hijo pequeño que ignora lo que su mamá hace para mantenerlo en el colegio; o por alguna injusticia o precariedad o promesa incumplida que terminó arrojándolas a ese foso disfrazado de club, donde trabajan mientras estudian computación o alguna carrera de tres años. Muchas sueñan con largarse a otro país; con encontrar en un cliente al hombre de su vida que las rescate de esa mazmorra; o con abrir un negocio próspero que les devuelva cierta ilusión.
Es cierto que también hay chicas que están ahí por el solo gusto de estarlo, chicas de apellidos pomposos que quieren hacer plata fácil; que quieren codearse con hombres de negocios que les regalen joyas y las provean de droga; y que hasta disfrutan el hecho de acostarse todas las noches con un desconocido. Esa estirpe existe, pero no creo que sea la que domine los night clubes de Lima.
Todas, las unas y las otras, se ponen como fieras si las llamas prostitutas, aunque en el fondo prostitución sea acaso la palabra que mejor describa su oficio. Es como si no admitiesen que ejercen el meretricio solamente porque, a diferencia de las mujeres que lo practican en la calle, ellas trabajan en un lugar privado y discreto, y no salen a buscar, sino que esperan a que las busquen.
Siempre me he preguntado qué piensan las mujeres de las chicas que trabajan en los night clubes. Supongo que hay variedad de puntos de vista, y que hay quienes las entienden y quienes no. Pero las opiniones que me irritan son las de aquellas señoritas que critican y censuran a las prostitutas, tratándolas de apestadas y proscritas cuando, por otro lado, ellas mismas son infieles a sus novios y esposos y tienen amantes y acaban siendo doblemente hipócritas. Si me pongo en el plan de abogado del diablo, podría decir que por lo menos en la forma de actuar de las 'damas de compañía' no hay cinismos: las reglas de juego son tan claras desde el inicio que no hay manera de que te engañen. En cambio, una mujer común y corriente puede parecer moralmente inimputable, puede jurarte amor exclusivo y ser extremadamente tramposa cuando no la estás viendo. Puestas una al lado de otra, ¿quién termina siendo más falsa e indolente?
Aunque sus nombres son inverosímiles (Scarlet, Emanuelle, Casanova, Moonlight, Eclipse, Two Star, Eros), creo que en el fondo, conservadurismos aparte, los night clubes son un espacio vital para mucha gente: templos donde nadie se templa, parques de diversiones clandestinos donde todos juegan, palacios nocturnos en el que hombres silenciosos y mujeres solitarias callan sus historias, murmuran sus cuitas, se tocan y comparten el costoso placer de lo que no existe.

posted by el profe @ 9:07, ,


Enviado por Virgilio para el Profe

posted by el profe @ 13:58, ,




Frases para elñ msn

Enviado por Virginio

posted by el profe @ 13:56, ,




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Enviado por Paola y la mancha de ciencias de la comunicacion.

posted by el profe @ 13:53, ,




Algo anecdótico, algo alegre, algo triste




Un periodista llega a un paraje montañoso para hacer un reportaje sobre la vida del lugar.Aborda uno de los aldeanos y le dice:-


Por favor, cuénteme algo anecdótico de esta región.


El aldeano comienza:-


Una vez se perdió una cabra de nuestro rebaño, y como es la costumbre, nos reunimos todos los de la aldea, bebimos todas las botellas de vino y salimos juntos a buscarla al monte. Cuando la encontramos, como es la costumbre, volvimos a beber y uno por uno hizo sexo con la cabra...El periodista interrumpe:-


Oiga, este reportaje será publico. Mire, mejor me cuenta algo alegre de la región.- Bien, una vez se perdió en el monte la mujer de un vecino y, como es la costumbre, todos bebimos y salimos en su búsqueda. Al encontrarla, como es la costumbre, bebimos y cada uno hizo sexo con ella.El periodista no soportó mas y con el fin de evadir ese tema, le dijo al aldeano:-


Mire, mejor cuénteme algo triste.El aldeano, limpiándose una lágrima que comenzaba salir de sus ojos, continuó:- Una vez yo me perdí en el monte...........

posted by el profe @ 13:46, ,



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