Con Ustedes el Campeon
sábado, 20 de octubre de 2007

Hace unos días me chotearon por última vez. Debe ser la vigésimo cuarta choteada de mi vida. No fue –ojo– una choteada muy aparatosa que digamos. No pasé ninguna vergüenza pública, ni hice el ridículo en algún local, ni me arrojaron los boletos del cine, en cuadraditos, contra la cara pelada.
Esta fue, más bien, una choteada sutil, lenta, pausada, y ahora que lo pienso bien, tal vez por eso es mucho más dolorosa todavía. Me explico: cuando una chica se niega a salir contigo al primer intento, es más sencillo encontrarle consuelo a ese revés. Rápidamente te haces a la idea de que esa mujer no es para ti y entiendes sin paltas que ha llegado, otra vez, el momento cumbre de virar hacia otras coordenadas el cansado periscopio de ese rojo submarino que es tu corazón. Que nadie te diga que no lo intentaste.
En cambio, cuando la negativa se demora y llega por capítulos; cuando detrás de la indecisión hay un cargado tufo de suspenso; cuando un viernes te dicen SÍ, el sábado te gritan NO y el domingo te susurran NO SÉ, entonces la choteada va tomando la terca dimensión de una maquiavélica tortura.
Y fue así como me ocurrió en esta ocasión. Ella aceptó encantada mi invitación al teatro, una semana después canceló con dulzura una cena en la Trattoria de Ugo Plevisani, a la semana siguiente me mensajeó al celular para que almorzáramos juntos (aún tengo guardado ese msn de 12 caracteres) y, por último, ayer, sorpresivamente, dio por concluida nuestra relación con el hermetismo y la indiferencia de una operadora telefónica.
¿Que qué pasó? Pues, nada serio. Únicamente que al final de un largo beso, entusiasmado por el salivoso momento Kódak que acabábamos de protagonizar, cometí el imperdonable error de hablarle de ‘nuestro futuro’. Su rostro –tendrían que haber estado allí– tensó todos sus pliegues. Sus ojos se hincharon de espanto, su boca se convirtió en un muñón y, luego de escucharme reseñar una serie de proyectos delirantes (escaparnos a Máncora el viernes, viajar a Santiago a fin de año y, el peor, organizar juntos un almuerzo campestre para presentarle a mi mamá), me soltó de las manos y se largó, dejando en el aire una frase ruin que dolió tan hondo como un gancho en el plexo: “Gracias. En serio, gracias, pero paso”.
Hoy –después de la resaca del impacto– se me ocurrió llamarla, pues pensé que en su frase había algo inconcluso. Dijo "paso", claro, pero a dónde. ¿Era una señal? ¿Un acertijo? ¿Qué ‘paso’ era ese que yo no estaba comprendiendo bien? ¿'Paso' era un verbo o un sustantivo? ¿Qué quería decirme entre líneas? Sin duda, se trataba de un tonto malentendido. Mis amigos me dijeron que estaba loco, que si la llamaba sería el indiscutible campeón de los babosos.
Con ustedes, señoras y señores, el campeón.
En cambio, cuando la negativa se demora y llega por capítulos; cuando detrás de la indecisión hay un cargado tufo de suspenso; cuando un viernes te dicen SÍ, el sábado te gritan NO y el domingo te susurran NO SÉ, entonces la choteada va tomando la terca dimensión de una maquiavélica tortura.
Y fue así como me ocurrió en esta ocasión. Ella aceptó encantada mi invitación al teatro, una semana después canceló con dulzura una cena en la Trattoria de Ugo Plevisani, a la semana siguiente me mensajeó al celular para que almorzáramos juntos (aún tengo guardado ese msn de 12 caracteres) y, por último, ayer, sorpresivamente, dio por concluida nuestra relación con el hermetismo y la indiferencia de una operadora telefónica.
¿Que qué pasó? Pues, nada serio. Únicamente que al final de un largo beso, entusiasmado por el salivoso momento Kódak que acabábamos de protagonizar, cometí el imperdonable error de hablarle de ‘nuestro futuro’. Su rostro –tendrían que haber estado allí– tensó todos sus pliegues. Sus ojos se hincharon de espanto, su boca se convirtió en un muñón y, luego de escucharme reseñar una serie de proyectos delirantes (escaparnos a Máncora el viernes, viajar a Santiago a fin de año y, el peor, organizar juntos un almuerzo campestre para presentarle a mi mamá), me soltó de las manos y se largó, dejando en el aire una frase ruin que dolió tan hondo como un gancho en el plexo: “Gracias. En serio, gracias, pero paso”.
Hoy –después de la resaca del impacto– se me ocurrió llamarla, pues pensé que en su frase había algo inconcluso. Dijo "paso", claro, pero a dónde. ¿Era una señal? ¿Un acertijo? ¿Qué ‘paso’ era ese que yo no estaba comprendiendo bien? ¿'Paso' era un verbo o un sustantivo? ¿Qué quería decirme entre líneas? Sin duda, se trataba de un tonto malentendido. Mis amigos me dijeron que estaba loco, que si la llamaba sería el indiscutible campeón de los babosos.
Con ustedes, señoras y señores, el campeón.
posted by el profe @ 8:48,