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Libros de quimica para quimicos, este es un enlace a una pagina amiga que considero debes de visitar para que no des muchas vueltas por el ciber. espero te sirva



La Sagrada Familia (Renato Cisneros)

Dejémonos de hipocresías. Si quieres ser completamente feliz con tu novia, ella tiene que caerle en gracia a tu mamá. Así de sencillo. Si tu madre no la aprueba, si no le extiende su venia ni le levanta el pulgar, tu vida –recuérdalo-- será una pesadilla patrocinada por Kafka. Si tu chica no es bienvenida, tendrás que acostumbrarte a no llevarla a las reuniones familiares y, ergo, a tomar distancia de tu casa.
Tu madre, desde luego, sancionará ese distanciamiento y te amonestará con días de mortal indiferencia y olímpico silencio. Como parte de su estrategia de persuasión, dejará de prepararte esos ravioles de espinaca que tanto te fascinan, se olvidará de ordenar tu siempre revuelto dormitorio, y suspenderá esos laxantes masajes domingueros con que te solía engreír. Para decirlo más crudamente: si tu mamá no acepta a tu novia, tendrás que tender tu cama, hacerte el desayuno, limpiar tus enseres y –horror-- lavar kilos de medias y calzoncillos. Para los flojos comodones como yo, todo ese combo de labores caseras equivale a ser sometido a intensas jornadas de trabajos forzados en la cárcel. Antes que lavar calzoncillos y cocinar preferiría hacerle frente, una a una, a las diez plagas de Egipto.
Para agudizar la catástrofe, no encontrarás a nadie que medie por ti en esa brega. Los papás, por ejemplo, no se meten en esas cosas. Conscientes de que ellos también pasaron por un trance similar, te dan libre albedrío y carta abierta para que elijas a la chica que te gusta, y punto. Pero de ahí a darse el trabajo de negociar, dialogar y tratar de convencer a tu mamá de que dé su brazo a torcer, imposible. Los papás --acaso porque saben que podrían perder valiosas gollerías domésticas poniéndose de tu lado-- jamás asumen un papel pacificador o abogadil.
Una mamá que censura a tu novia siempre dirá cosas como “Hijito, esa chica no es para ti”, “Ella no está a tu nivel”, “Una madre nunca se equivoca” o “Yo te aconsejo para tu bien”. Y si no es suficiente, recurrirá a dramáticas sentencias como “Esa mocosa te está cambiando” o “Ya ni con tus amigos sales”. Una mamá incluso puede llegar a ser tan sabia y chantajista como para ponerse en plan de esposa abandonada y gritarte un sábado por la noche: “Claro, vas a gastarte tu plata con ella, pero a mí nunca me sacas. Ni un Sublime me regalas”. Uno escucha esas frases puñaleras y siente que la vida lo ha puesto en medio de una fragorosa batalla perdida, pues por otro lado tu novia te reprenderá acusándote de bebón y calzonudo: “Ya corta el cordón umbilical, por Dios!!!”, “¿Hasta cuándo vas a dejar que tu vieja te mangonee???”. Tú las oirás a las dos, pero querrás secretamente que la tierra se las trague por un buen rato, y te odiarás por no saber ser el árbitro justiciero que le ponga fin a ese combate disparejo.
Sin embargo, a pesar de esas tensiones dramáticas, creo honestamente que las cosas deberían ser exactamente así. Está bien que las dos mujeres de tu vida se disputen, sana y deportivamente, tu tiempo y tu cariño. Es lo natural. Sería ideal, por supuesto, que se tolerasen con mínima armonía, pero si no puedes conseguirlo hay que aprender a ver el lado divertido de esa la lidia celosa, ese torneo de egos femeninos, esa pulseada.
Mucho, pero mucho más peligroso es el amiguismo. Si tu chica y tu madre se llevan excesivamente bien y se caen de maravilla, preocúpate. Preocúpate y persígnate, porque ese será el inocente principio de una impensada cadena de desgracias: en lugar de tener a dos fierecillas enfrentadas una a otra, tendrás a dos monstruos mitológicos conspirando contra ti. Será como tener a dos agentes de la CÍA metidos en tu círculo íntimo. Espiándote. Chuponeándote. Tu chica dejará de decirle ‘señora’ a tu mamá y empezará a llamarla ‘tía’. Se telefonerán a diario, inventarán contraseñas, canjearán chismes sobre ti: tu mamá le contará que todavía usas tu pijama de Meteoro, y tu chica le informará que tienes unos lunares presumiblemente cancerígenos en ciertas áreas restringidas de tu cuerpo. Serán, pues, cómplices, socias, uña y mugre, insoportablemente mellizas. Y cuando eso ocurra que no te extrañe si una tarde regresas a tu casa y las encuentras a las dos riéndose en la cocina como comadrejas mientras preparan sushi.
-“Ay, hijito, yo la invité a la Patty. Me olvidé de avisarte. No te molesta ¿no?”, dirá tu mamá, irrigándose, con calculado candor, la autoría de tan infartante escena.
-“Ven, amor, ayúdanos”, sugerirá tu chica, mimetizada hasta el cuello con la escenografía de tu casa. “Ven, prueba”, añadirá, chupándose un dedo, justo antes de que el almuerzo se te empiece a avinagrar en el estómago.
Esa sociedad mamá-novia debe ser desmantelada cuanto antes. Porque el día que rompas con la chica y vuelvas a tu casa y te tires en tu cama para pensar, maldecir o llorar (o las tres cosas juntas) tu madre --como una suerte de avejentada Virgen de la Anunciación-- aparecerá detrás de ti para interceder por la maldita ingrata mentirosa que te ha puesto los cuernos. “En el fondo la Patty es buena”, “Esa chica te quiere”, “Está confundida”, pontificará tu mamacita y tú solo querrás ponerle ‘mute’ para que te deje en paz de una vez por todas. Ella se irá decepcionada rumiando un consejo del tipo “Piénsalo, hijo. Yo cuántas veces perdoné a tu padre”, y tú, que ya no tienes nada que pensar, y que te importan un comino los deslices de tu viejo, lamentarás en el alma el infausto momento en que se te ocurrió presentarlas.

posted by el profe @ 11:24,

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